viernes, 14 de octubre de 2016

SOMOS INCAPACES


Hasta hace un tiempo, me sorprendía ver y escuchar cómo para la mayoría de las personas es más fácil creer en historias fantásticas (demonios, brujas, fantasmas, espíritus) horóscopos, predicciones, adivinos, apariciones, imágenes de las cuales brota sangre o agua, etc., aunque no haya en realidad mayores pruebas que el testimonio de algunos desconocidos, personas que afirmen haber visto u oído determinados eventos, noticias sensacionalistas en algún diario local o noticiero, películas taquilleras, que creer en Dios, en su Palabra, en la obra redentora de Jesucristo, aunque haya pruebas abrumadoras de ello. 

Me parecía increíble escuchar personas hablar sobre los distintos "rituales" a los que se sometían para sanar alguna dolencia, o conseguir un empleo, un negocio, dinero, por más descabellado o absurdo que pareciera, simplemente porque se lo había aconsejado su brujo o adivino de cabecera; mientras que su reacción ante el consejo de ir a Dios en oración por cualquier circunstancia, ir a Dios en actitud humilde, en arrepentimiento y pedir perdón, eso sí es para ellos absurdo, aunque afirman creer en Dios. La verdad no entendía cómo todo esto era posible.

Pero el Señor, en su misericordia me llevó a entender que desde la caída de Adán, a causa del pecado, los seres humanos somos incapaces de relacionarnos con Dios, aunque en nuestro interior sabemos que existe, nuestro concepto acerca de El está errado, nuestra relación con El está rota, dañada.

Los que no tienen el Espíritu de Dios no aceptan las enseñanzas espirituales, pues las consideran una tontería. Y tampoco pueden entenderlas, porque no tienen el Espíritu de Dios. (1 Corintios 2:14. NTV).

A pesar de todas las señales milagrosas que Jesús había hecho, la mayoría de la gente aún no creía en él. Eso era precisamente lo que el profeta Isaías había predicho:

«Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?
¿A quién ha revelado el Señor su brazo poderoso?».

Pero la gente no podía creer, porque como también dijo Isaías:

«El Señor les ha cegado los ojos
y les ha endurecido el corazón,
para que sus ojos no puedan ver
y su corazón no pueda entender
y ellos no puedan volver a mí
para que yo los sane».

Isaías se refería a Jesús cuando dijo esas palabras, porque vio el futuro y habló de la gloria del Mesías. Sin embargo, hubo muchos que sí creyeron en él —entre ellos algunos líderes judíos—, pero no lo admitían por temor a que los fariseos los expulsaran de la sinagoga, porque amaban más la aprobación humana que la aprobación de Dios. (Juan 12:37-43. NTV).

Así que fue por la voluntad de Nuestro Soberano Dios, a causa de nuestro pecado, que nos es imposible acercarnos a El y mucho menos comprender su Palabra, a menos que....

A ustedes se les permite entender los secretos del reino del cielo —les contestó—, pero a otros no. A los que escuchan mis enseñanzas se les dará más comprensión, y tendrán conocimiento en abundancia; pero a los que no escuchan se les quitará aun lo poco que entiendan. (Mateo 13:11-12. RV60).

Pues nadie puede venir a mí a menos que me lo traiga el Padre, que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. (Juan 6:44. NTV).

Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí. (Juan 14:6. NVI).

El día de descanso nos alejamos un poco de la ciudad y fuimos a la orilla de un río, donde pensamos que la gente se reuniría para orar, y nos sentamos a hablar con unas mujeres que se habían congregado allí. Una de ellas era Lidia, de la ciudad de Tiatira, una comerciante de tela púrpura muy costosa, quien adoraba a Dios. Mientras nos escuchaba, el Señor abrió su corazón y aceptó lo que Pablo decía. (Hechos 16:13-14. NTV).

Como vemos claramente en estos pasajes, sin la obra de Dios  en nosotros, a través de su Espíritu Santo, somos incapaces de acercarnos a El.

¿Estamos diciendo, entonces, que Dios fue injusto? ¡Por supuesto que no! Pues Dios le dijo a Moisés:

«Tendré misericordia de quien yo quiera
y mostraré compasión con quien yo quiera».

Por lo tanto, es Dios quien decide tener misericordia. No depende de nuestro deseo ni de nuestro esfuerzo.

Pues las Escrituras cuentan que Dios le dijo al faraón: «Te he designado con el propósito específico de exhibir mi poder en ti y dar a conocer mi fama por toda la tierra». Así que, como ven, Dios decide tener misericordia de algunos y también decide endurecer el corazón de otros para que se nieguen a escuchar.

Ahora bien, ustedes podrían decir: «¿Por qué Dios culpa a las personas por no responder? ¿Acaso no hicieron sencillamente lo que él les exige que hagan?».

No, no digan eso. ¿Quién eres tú, simple ser humano, para discutir con Dios? ¿Acaso el objeto creado puede preguntarle a su creador: «¿Por qué me has hecho así?»? Cuando un alfarero hace vasijas de barro, ¿no tiene derecho a usar del mismo trozo de barro para hacer una vasija de adorno y otra para arrojar basura? De la misma manera, aunque Dios tiene el derecho de mostrar su enojo y su poder, él es muy paciente con aquellos que son objeto de su enojo, los que están destinados para destrucción. Lo hace para que las riquezas de su gloria brillen con mucha más intensidad sobre aquellos a quienes les tiene misericordia, los que preparó de antemano para gloria. (Romanos 9:14-23. NTV).

Padre que estás en los cielos, que tu nombre sea glorificado; gracias por darnos a conocer y permitirnos entender tu Palabra; gracias por el sacrificio y la obra redentora de tu hijo Jesucristo, mediante el cual podemos reconciliarnos contigo y volver a Ti. Que tu buena, agradable y perfecta voluntad y  tu misericordia sean en la vida de cada uno de nosotros; perdónanos nuestra necedad y negligencia; no permitas que sigamos cayendo en tentación y guárdanos del maligno; te lo pedimos y te damos gracias en el nombre de Jesús, amén y amén.


Bendiciones, Gracia y Paz.

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