La senda que me convirtió en lo que soy.
Dios, en el camino de conocimiento del evangelio que trazó para mí, fue depurando mis equivocadas creencias.
Inicialmente, me mostró que la religión que había practicado hasta el momento, proveniente de mis padres y de todos los que conocía, adoraba equivocadamente a ídolos mudos.
Me llevó al desierto donde me encontré en medio de avariciosos predicadores seguidos por hombres entregados al príncipe de este mundo, sólo para satisfacer su ego y su carne. Luego, sin sacarme del árido terreno, conocí el fuego extraño de otros que ofendían su Espíritu Santo.
Y a pesar de todo aquello, aún sin conocer la denominación Bautista, tuve la bendición de bajar a las aguas con Cristo, para que quedará en mí su sello. Pero El Señor me tenía más y colocó en mi corazón, molestia y rechazo por todo lo que escuchaba y veía a mi alrededor, aunque no comprendía aún muy bien el por qué, incluso sintiendo culpa al creer que era yo quien estaba mal.
Poco a poco y estando sola, me fui internando en su bendita palabra. Los hermosos versículos sobre elección y predestinación se iluminaron ante mí, de tal manera que fui llena de indescriptibles emociones. De alegría y llanto. Luego, con afán, con las ansias de devorar todas sus palabras, se fueron descubriendo ante mis ojos los versos que hablaban de su soberanía, sus atributos, la expiación de su hijo y la obra regeneradora de su Espíritu. Y entonces comprendí que yo, piltrafa humana, había sido justificada por el Padre, a través de su ira desatada sobre Cristo. Jesús murió por mí!!! Lloraba. Era la misma fuente de agua viviente a la que Dios me llevó para quedarme. Arrepentida, me alejé de lo que aún me ataba a los hábitos de este mundo. Había otro regalo que tampoco merecía: su Santo Espíritu me acompañaría hasta el final; ya era demasiado. Lo glorificaría en santidad por su fruto y para siempre. Me vi gozosa de las mismas dádivas de bíblicos hombres del antiguo pacto y de aquellos apóstoles que en el nuevo, fueron iluminados y fundaron la iglesia a la que ahora pertenecía.
Empecé a leer a grandes hombres como Charles Spurgeon; cambié las prédicas insulsas y a los predicadores que solía escuchar, por alimento sólido proveniente de predicadores reformados como John MacArthur, Paul Washer, Miguel Núñez. Aprendí que la cristiandad estuvo 1000 años bajo el yugo de la oscuridad a la que la sometió el paganismo católico romano, contaminando el evangelio y sus rituales. Todo ésto me llevó a LA REFORMA. Al leer los escritos que me describían y narraban lo que era, contemplé su belleza, que glorificaba al creador. La reforma era la manifestación inconfundible del poder y la soberanía de Dios. Era el regreso a su gracia, a su gloria y la de su hijo. De vuelta a la fe salvificadora, a las escrituras, a su autoridad, inerrancia y suficiencia, al evangelio primitivo, a través de hombres valientes enfrentados al papado, con la consigna de las “5 solas” como estandarte. La justicia de Dios había llegado. Daba gusto leer y escuchar como las cosas se colocaban en orden, tomaban forma. Por fin, algo tenía sentido para mi y de una cosa tenía absoluta certeza: sería REFORMADA para siempre. Porque la fe reformada, es para mí obra divina, en la que el creador devolvió a sus criaturas su revelación especial para ser constituidos sus hijos.
Por inercia y habiendo empezado a transitar un camino sin regreso: el del evangelio de Cristo y el conocimiento de la Palabra, comprobé que las enseñanzas bíblicas que en el pasado Dios me había mostrado, ahora tomaban nombre propio: “doctrinas de la gracia”. Y detrás de ellas estaba Juan Calvino y su don interpretativo. Sí, había otros que experimentaron lo que yo. Y magistralmente lo plasmaron en obras literarias que enriquecieron y facilitaron el camino del verdadero evangelio.
Hoy día, por la gracia de nuestro Señor, puedo decir que antes de ser BAUTISTA por confesión, primero fui REFORMADA por convicción y el camino de salvación se ha llenado de edificantes vivencias. Pertenezco a una Iglesia Bautista Reformada, en donde la palabra nos es predicada expositivamente y nuestro conocimiento de ella es nutrido a través de seminarios de teología Sistemática. La Gloria sea para Dios.
Bendiciones, Gracia y Paz
Inspirado en "Un Camino Sin Regreso", de Cesar Augusto Angel, evangelioprimitivo.blogspot.com.co.
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