Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.(Romanos 8:28-37.RVR1960)
“Con Cristo somos más que vencedores” “Dios te dará la victoria”. Desde muchos púlpitos se escuchan tanto estas frases, que más parecen un slogan publicitario, que lo que realmente implican y significan. O, el énfasis que hacen en la palabra "todo" "todos" "todas", sobretodo cuando se habla sobre lo que Dios nos dará como en el versículo de Romanos arriba mencionado.."¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? " Por lo general, la palabra todo, todos, o todas, se usa de manera genérica, para indicar cantidad. Por ejemplo, nosotros en nuestro hablar cotidiano utilizamos la frase "todo el mundo", cuando queremos dar a entender que es mucha gente, es decir, no es literal. Con la Escritura ocurre algo similar, y de debe interpretar a la luz del contexto.
Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5:16;19-25.RVR1960).
Nuestra lucha no es contra sangre y carne (otros seres humanos), nuestra lucha constante y permanente es espiritual y la peor batalla es la que libramos en nuestras mentes, contra nosotros mismos.
La Palabra en estos pasajes no está hablando de cosas materiales o mundanas. No se refiere a conseguir el trabajo que sueñas, o el dinero que necesitas o crees necesitar, o una casa, ganar un pleito, ni mucho menos pagar deudas o que Dios te dará absolutamente todo lo que le pidas. Dios está hablando sobre vencer la carne, el pecado, ya que Cristo lo venció con su muerte en la cruz; nadie puede acusarnos ante el trono celestial.
Cuando la Palabra te dice que con Cristo eres más que vencedor, es en cuanto a que Él ya venció y si somos uno con Él, nosotros también. Pero no solos, no con nuestras fuerzas, es con Su poder. Dios lo sabía. El nos conoció, nos predestinó, nos creó para conformarnos a la imagen de su Hijo, nos llamó, nos justificó y nos glorificó. El conoce perfectamente nuestra naturaleza débil y pecaminosa. No podemos defendernos solos ante nuestro acusador (el diablo); pero nuestro único y suficiente defensor, nuestro amado Jesús, sí puede, por eso es nuestro intercesor “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
Debemos ser uno con El. Así podremos mortificar nuestro pecado remanente. Podremos vencer la ira y la envidia, el orgullo y egoísmo, las costumbres malsanas. Y ahí sí podemos afirmar con toda certeza que con Cristo somos más que vencedores.
Bendiciones, Gracia y Paz
Gracias Señor por tu gran amor, que fuiste capaz de entregar a tu único Hijo por la salvación y amor hacia tus elegidos, sin que haya mérito alguno. Gracias por guiarnos hacia ti por el camino angosto; gracias por disciplinarnos aunque nos duela y no nos guste, porque así sabemos que somos tus hijos amados. Perdónanos por dejarnos llevar por nuestras propias concupiscencias hacia doctrinas mundanas motivadoras, que únicamente manejan y manipulan nuestras emociones y que luego de escucharlas quedamos más vacíos que antes. Danos hambre por alimento sólido, por la leche no adulterada y el discernimiento para notar la diferencia. En el nombre de Jesús oramos. Amén, amén y amén.
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