martes, 8 de septiembre de 2015

EL DIOS BOMBERO

En su camino a Jerusalén, Jesús pasó entre Samaria y Galilea. Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se quedaron a cierta distancia de él, y levantando la voz le dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Cuando él los vio, les dijo: «Vayan y preséntense ante los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras ellos iban de camino, quedaron limpios. Entonces uno de ellos, al ver que había sido sanado, volvió alabando a Dios a voz en cuello, y rostro en tierra se arrojó a los pies de Jesús y le dio las gracias. Este hombre era samaritano. Jesús dijo: «¿No eran diez los que fueron limpiados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo quien volviera y alabara a Dios sino este extranjero?» Y al samaritano le dijo: «Levántate y vete. Tu fe te ha salvado.» (Lucas 17:11-19.RVC).

Para un enfermo de lepra, en aquella época, la vida no era para nada fácil. Tenía que luchar, no solamente con los desagradables síntomas de su enfermedad, sino con el rechazo de la sociedad, quien lo catalogaba como impuro por su condición y lo hacía permanecer marginado, alejado de todo y de todos, un verdadero prisionero sin rejas. Se consideraba como un castigo de Dios por sus pecados. Y si el enfermo era sanado, debía presentarse ante el sacerdote quien daba el aval, para que la persona pudiera reincorporarse a la sociedad y volver a llevar una vida normal.

En este pasaje vemos no uno, sino diez enfermos de lepra, quienes quizá se acompañaban mutuamente durante su agonía, tal vez tratando de animarse unos a otros, pues conocían perfectamente lo que cada quien estaba padeciendo. Seguramente estos diez leprosos escucharon que Jesús pasaría por allí; sí, Jesús, el que hace milagros, el que resucita muertos, el que sana. No es difícil entonces imaginarse la emoción, la ansiedad de ellos por ver al Maestro; y a pesar de sus restricciones, desde lejos, le gritaron pidiendo Su compasión y Jesús, que es todo compasión, simplemente les ordenó presentarse ante los sacerdotes, lo cual quería decir que ya, desde ese instante, habían sido sanados, como efectivamente lo pudieron comprobar mientras se dirigían hacia ellos. Pero lo maravilloso de esta historia está en que sólo uno de los diez, el samaritano, el extranjero, no llegó a su destino, prefirió devolverse a agradecer a aquel que lo sanó, con lo cual, además, obtuvo salvación.

A nosotros frecuentemente nos sucede como a los nueve leprosos. Al estar enfrentando dificultades, problemas de cualquier índole, en medio de nuestra angustia, como estos leprosos, damos gritos de auxilio a Dios, porque, aunque nos cuesta reconocerlo, sabemos que dependemos de El, y que El es el único que nos puede ayudar. Desafortunadamente, una vez recibida la ayuda, solucionado el problema, nos olvidamos de volver y agradecer a Nuestro Señor, con lo que perdemos algo mucho más valioso y grande que lo previamente obtenido: “nuestra salvación”; nos quedamos con el milagro y sin el Hacedor. Estamos acostumbrados a un Dios Bombero, que apaga los incendios de nuestra vida, que nosotros mismos provocamos al vivir a nuestro modo, alejados del El, y tan pronto cesa el calor y los efectos de ese fuego y ese humo que sentimos que nos consume, nos olvidamos de agradecer y de dar Gloria y Honor al único digno de recibirlos. Lo triste es que esta práctica se ha vuelto común y continuamos así hasta el próximo incendio.


Cuando ustedes me busquen, me hallarán, si me buscan de todo corazón. (Jeremías 29:13. RVC).

Así dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios: “Yo sé todo lo que haces, y sé que no eres frío ni caliente. ¡Cómo quisiera que fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” (Apocalipsis 3:14-16.RVC).

¡Mira! Ya estoy a la puerta, y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo. Al que salga vencedor, le concederé el derecho de sentarse a mi lado en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado al lado de mi Padre en su trono. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» (Apocalipsis 3:20-22.RVC).


La pregunta es.... hasta cuándo seguiremos actuando así?


Bendiciones.


Padre Amoroso y Fiel, Misericordioso, te damos gracias por tu infinita paciencia para con nosotros, quienes te fallamos una y otra vez. Perdona nuestra tibieza; perdónanos por buscarte sólo cuando te necesitamos y olvidarte luego. Tú eres nuestro Dios; enséñanos a hacer tu voluntad, y que tu buen Espíritu nos guíe por caminos rectos. En el nombre de Jesús te lo pedimos y te damos gracias. Amén, Amén y Amén.

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